Los artistas vivían en sus sueños y vivían en la calle. Sin un real para entrar en los bares, la esquina de las calles Divinópolis y Paraisópolis se convirtió en el punto de encuentro. Allí, en el corazón del barrio Santa Tereza, comenzaron a recalar músicos y letristas como Beto Guedes, Fernando Brant, Ronaldo Bastos, Tavinho Moura, el pianista Wagner Tiso y Lô: el menor de los Borges. Cada personaje aportaba su especia: los Beatles, la bossa nova, García Lorca, la música de Heitor Villa-Lobos, el jazz, la izquierda latinoamericanista, Dorival Caymi, etc. Inspirado por las worksongs del Mississippi, por ejemplo, Milton compuso “Canção Do Sal ”: el tema que grabó Elis Regina y lo puso en la gran marquesina. Si la cepa que crecía en esa esquina era identidad pura colectiva, la voz de Milton fue su gran catalizador. Incluso hablando, la voz de Milton parece provenir de una caja acústica misteriosa que se esconde en algún lugar de su garganta, de su pecho o más adentro –dice Zuza Homem de Mello, musicólogo y decano del periodismo musical brasilero-.
Ese misterio que comienza en el origen de su voz, se prolonga y profundiza en sus canciones, se amplía en su figura y termina en su silencio. La ausencia de sonido, que en la persona música de Milton Nascimento parece una paradoja, es aquello que le confiere una posición muy clara en la historia de la música popular brasilera: la de un mito ”.
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